domingo, 4 de julio de 2010

lilas

Los días se van haciendo más largos, y por la tarde me siento a leer en la cocina sin necesidad de encender la luz. En el alféizar de la ventana hay un ramo de lilas que corté en el jardín de un amigo. Tienen un color pálido; el color de una camiseta azul marino desteñida por muchos lavados. Cuando era joven tenía una camiseta de ese color, y el gran pintor indonesio Affandi pintó en ella mi retrato. Ambas cosas han desaparecido, el retrato y la camiseta. A través de la ventana abierta oigo el canto de un cuco y las sierras mecánicas de los leñadores que siguen trabajando.

Cuando levanté la vista hace un momento, a la luz ya débil del atardecer, el ramo de lilas parecía una colina cuyos árboles en flor se fundieran en el crepúsculo. Estaba desapareciendo.

La casa tiene unos muros muy gruesos porque los inviernos son fríos. En el marco de la ventana, casi junto a los cristales, hay colgado un espejo de afeitar. Ahora, cuando levanto la vista, veo reflejado en el cristal un ramito de lilas: todos y cada uno de los pétalos de las minúsculas florecitas aparecen nítidos, definidos, cercanos, tan cercanos que se dirían los poros de una piel. Al principio no entiendo por qué lo que veo en el espejo tiene mucha más intensidad que el resto del ramo que, de hecho, está mucho más cerca de mí. Luego me doy cuenta de que lo que estoy viendo en el espejo es el otro lado de las lilas, el lado totalmente iluminado por los últimos rayos de sol.

En la misma posición que ese espejo coloco cada tarde mi amor por ti.

Del libro Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, del escritor británico John Berger [1926- ].

No hay comentarios:

Publicar un comentario