martes, 8 de marzo de 2011

el aire, las nubes, la lluvia, la nieve.....

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La señora Forbes, del colegio, dijo que Madre al morir se había ido al cielo. Eso lo dijo porque la señora Forbes es muy vieja y cree en el cielo. Y lleva pantalones de chándal porque dice que son más cómodos que los pantalones normales. Y una de sus piernas es ligeramente más corta que la otra a causa de un accidente de moto.
Pero Madre al morir no había ido al cielo, porque el cielo no existe.
El marido de la señora Peters es un párroco al que todos llaman reverendo Peters, y de vez en cuando viene a nuestra escuela a hablarnos. Yo le pregunté dónde estaba el cielo y él me contestó:
- No está en nuestro universo. Está en otro sitio completamente distinto.
A veces, cuando piensa, el reverendo Peters hace unos raros chasquidos con la lengua. Y fuma cigarrillos, y se los puedes oler en el aliento, y eso a mí no me gusta.
Le dije que no había nada fuera de nuestro universo y que no existía ningún sitio completamente distinto. Quizá lo haya si uno logra atravesar un agujero negro, pero un agujero negro es lo que se llama una
Singularidad, que significa que es imposible saber qué hay del otro lado porque la gravedad de un agujero negro es tan grande, que ni siquiera ondas electromagnéticas como la luz pueden salir de él, y es a través de las ondas electromagnéticas como obtenemos la información de lo que está muy lejos. Si el cielo estuviera al otro lado de un agujero negro, a las personas muertas tendrían que lanzarlas al espacio en cohetes para llegar allí, y no las lanzan, o la gente ya se habría dado cuenta.
A mi me parece que la gente cree en el cielo porque no le gusta la idea de morirse, porque quiere seguir viviendo, y no le gusta la idea de que otras personas se muden a su casa y echen sus cosas a la basura.
El reverendo Peters dijo:
- Bueno, cuando digo que el cielo no está en nuestro universo, en realidad, es por decirlo de alguna manera. Supongo que lo que en realidad significa es que están con Dios.
- Pero ¿dónde está Dios? -le dije yo.
Y el reverendo Peters me dijo que deberíamos hablar de eso otro día cuando tuviese más tiempo.
Lo que de verdad pasa cuando te mueres es que tu cerebro deja de funcionar y el cuerpo se pudre, como el de Conejo cuando se murió y lo enterramos al fondo del jardín. Todas sus moléculas se descompusieron en otras moléculas y pasaron a la tierra y se las comieron los gusanos y pasaron a las plantas. Si vamos y cavamos en el mismo sitio al cabo de 10 años, no quedará nada excepto su esqueleto. Y al cabo de 1000 años, hasta el esqueleto habrá desaparecido. Pero eso está muy bien, porque ahora forma parte de las flores y del manzano y del matorral de espino.
A veces, cuando las personas se mueren, las ponen en ataúdes, lo que significa que no se mezclan con la tierra durante muchísimo tiempo, hasta que la madera del ataúd se pudre.
Pero a Madre la incineraron. Eso quiere decir que la metieron en un ataúd y lo quemaron, y redujeron a cenizas, y a humo. Yo no sé qué se hace de las cenizas, no pude preguntarlo en el crematorio porque no fui al funeral. Pero el humo sale por la chimenea y se dispersa en el aire, y a veces levanto la vista al cielo y pienso en que allá arriba hay moléculas de Madre, o en las nubes sobre África o el Antártico, o en forma de lluvia en las selvas de Brasil, o de nieve en alguna parte.


Capítulo 61 de la novela El curioso incidente del perro a medianoche, del escritor inglés Mark Haddon [1962- ].

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