miércoles, 1 de junio de 2011

¡veo! ¡veo!

Parados en la puerta estaban, cuando divisaron venir en el camino a don Antolín en un caballo que lo venía jalando un hombre con un muchacho a la orilla. Se acercaron y entre los dos le ayudaron a apearse a don Antolín y el muchacho se vino con él de la mano.
- Buenos días -dijo don Antolín.
- Levante el pie -le dijo el muchacho a don Antolín para que no se tropezara con el palo que estaba a la orilla. Entró don Antolín y se sentó. Lo saludaron y él se quedó allí con unos anteojos viejos que andaba.
- ¡A ver don Antolín! -le dijo-, ¡quítese esos anteojos viejos!
Don Antolín se los quitó.
- Ahora le voy a poner estos buenos para que vea -le dijo.
- ¡Ah, bueno! -dijo don Antolín y se dejó poner los anteojos. Alzó la vista y parece que se asustó al darse cuenta de todo y le temblaban las manos y eso lo impresionó, tal vez, porque se le vinieron las lágrimas y eso le empañó el vidrio, de tal manera que volvió a ver otra vez turbio, como antes.
"Tal vez fue sólo ilusión", ha de haber pensado, porque no veía bien con los anteojos mojados.
Entonces le quitó los anteojos y se los limpió y le dijo que se secara bien los ojos, y después se los volvió a poner, entonces don Antolín fue levantando otra vez la vista con cierto miedo; se tardó algo en darse cuenta, y en un momento se levantó del asiento y gritó.
- ¡Veo! ¡Veo!... ¡ehé! ¡Un palo! -dijo señalando afuera; y se volvió a sentar moviendo la cabeza a todos lados y viendo a la gente que estaba allí-. ¡Idiay!: ¡la Clotilde! -señaló a una mujer que estaba sentada-. ¿y dónde habías estado?
- Si aquí he estado, papa... es que usted no veía.
- ¡Ajá! -dijo-, ¿y cómo estás?
- Bien, papa -le dijo.
- Ah... ¿y esta es la Juanita? Qué grande que está ¿No trajiste a Goyito?
- Si aquí está -le dijo; Goyito estaba junto a ella.
- ¡Ah! -dijo-, Balbino -reconociendo a otro-. ¡Estás gordo, hombré!
- Sí -le dijo Balbino.
- Y doña Anselma... ¿me ve, doña Anselma? -le preguntó.
- Sí -le dijo.
Entonces se levantó y anduvo viendo fuera, y se volvió después para adentro, señalándoles a los demás la lluvia.
Entonces se vino andando solo y el muchacho iba a la orilla. Se acercó al caballo y el muchacho iba a agarrarle la rienda.
- Déjelo -le dijo y se montó; se agarró del mecate él solo, espueleó y salió de vuelta en el caballo... y todos los quedaban viendo.
Don José le dijo al Comandante.
- ¡Me parece que hemos hecho algo!...
- Sí -le dijo él-, yo creo.


De la novela El comandante, del escritor nicaragüense Fernando Silva [1927- ].

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